Juan Pablo II protegió a Marcinkus y a Sindona, como habría de proteger también al gran paidófilo mexicano padre Marcial Maciel, el del jardín florido que tanto envidio, y a mi paisano el cardenal Alfonso López Trujillo, orgullo de Colombia. Los tejemanejes de este cardenal son dignos de Marcinkus. En Medellín convirtió el Seminario Mayor en centro comercial y a los del cartel les andaba vendiendo la Universidad Pontificia Bolivariana. Se miraba en fino espejo de cristal de roca y se perfumaba. Cuando lo iban a encanar puso pies en polvorosa y huyó a Roma donde lo acogió Juan Pablo II que lo hizo presidente del Consejo Pontificio para la Familia, que es donde hoy sigue. Muerto Wojtyla este purpurado amante del dinero y las delicatessen jugó un papel decisivo en el último cónclave. Cuando la balanza se inclinaba hacia el argentino Bergoglio, que se perfilaba ya como el primer papa latino-americano, intervino mi paisano orinando billete verde del Opus Dei, de a millón por cabeza, y convenció a varios de la región que se cambiaran al alemán. Por eso Ratzinger ganó y hoy tenemos un Benedicto XVI en vez de un Gardel I.
-¿Y cómo lo sabe, compadre, quién se lo contó?
-El Espíritu Santo, ¿eh? El Paráclito me lo contó
Fernando Vallejo, La puta de Babilonia (Planeta, 2007).